3.1.12

La partida

El tiempo pasa, los años continúan y ambos comenzamos a envejecer. Pareciera que nada te importara, que lo que vivimos no hubiera existido. Luego de tantos años juntos, de tantas peleas superadas; luego de tantos besos, caricias y abrazos... simplemente desapareciste. No dejaste rastro. 
Pensé que ibas a volver, que necesitabas un tiempo, después de todo lo vivido, aprendí a quererte como eras, bipolar, rebelde, no te gustaba que te den ordenes y cada tanto te gustaba irte de la ciudad, solo, al campo. Aprendí a quererte tal cual eras, aprendí que cuando estabas de malas era mejor no hablarte y dejarte que hagas lo que quieras. No era una dominada y eso lo tenías muy en claro.
Los días siguieron pasando, ya estaba por cumplir mis ochenta cuando mi nieta abrió el armario y sacó una caja de tamaño medio, con un dibujo de rosas rojas algo polvorienta. Me preguntó que era con la voz temblorosa y nostálgica le conté de nuestra historia de amor. Con intriga abrimos la caja como si yo jamás hubiera visto su contenido. En ella había cartas, fotografías, poemas y un libro en el cual se encontraba adentro una flor vieja y seca. Una lagrima recorrió mi mejilla y se me puso piel de gallina. Era inevitable con tu partida dejé de ser la persona alegre y tierna, me transforme en una mujer fría y solitaria. Marcaste mi vida de manera impresionante.

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